jueves, junio 22, 2006

Cuento universal

Al sur del mapa

Al principio nadie advirtió que al pueblo entraban menos camiones y cada lugareño seguía en lo suyo, repitiendo su charla en las mesas de billar o entretenidos en dar cuatro vueltas a la plaza cada atardecer. Se vivía unido a la ruta por un kilómetro de asfalto negro, que en las mejores épocas de cosecha se cubría de acoplados en espera hasta en la mano contraria al tránsito, y era muy lindo de ver la hilera de camiones esperando el turno de entrar bajo un silo del molino, en tanto los choferes pasaban hasta tres jornadas repitiendo anécdotas en los bares del lugar o entretenerse con alguna puta en la cabina. Buena época, nadie se preocupaba por el andar del gobierno mientras los camiones seguían entrando y saliendo del pueblo contra viento o aguacero ; de manera inconsciente, eso sí le interesaba a todos.

Cuando el movimiento entre la ruta y el molino harinero se hizo lento y malhumorado, al boliche ya casi no entraban forasteros y empezó a oírse que en el pasado las cosas fueron buenas aunque pudieron ser mejores. Igual, los primeros en notar la falta de camiones fueron los dos empleados de la balanza pública, que al principio se conformaron diciendo que ellos conocían bien el cambio de estación y siempre hubo épocas de aflojar el trabajo. Sin ir muy lejos se divertían en recordar la Sequía Grande, cuando les adelantaron las vacaciones cobrando medio sueldo y al volver los aprovecharon para pintar hasta el último recoveco del molino y la casa del gerente. Esa vez hasta ensancharon la lonja de asfalto para los acoplados gigantes que llegarían ni bien acabara la seca, y así nomás ocurrió. Pasadas unas cinco o seis semanas de asados y jolgorios donde hubo hasta quienes se acercaron a la Biblioteca para averiguar de qué se trataba eso, volvió el trabajo y todos retomaron la seguridad de pagar las cuotas del televisor y otros artefactos eléctricos que habían comprado.

Pero al poco tiempo, por mucho que los dos balanceros no hablaran del asunto, un viernes por la tarde alguien les indicó "esta semana habrá menos demanda y con medio día nos arreglamos", y amistosamente ambos compartieron el jornal. La quincena siguiente la tarea mermó de nuevo y decidieron sortear cuando trabajaría cada uno ; alguien no aprobó el método, al principio suspendieron al de menos antigüedad y al fin lo echaron que era lo mismo. "Llegó la globalización", despreció en la plaza al Intendente el borracho más reconocido, y aquella frase fue ganando prestigio si cada mañana eran más los lectores del diario frente a la iglesia, el dependiente cesante de la mueblería cambió de empleo atándose al cogote una caja con hojitas de afeitar, jabones y billetes de lotería ; efímero rebusque para almorzar en la fonda hasta que apareció un competidor y ya muchos andaban sin afeitarse.

Al cerrar todas las puertas del molino las ratas se comieron el resumen de su historia, los yuyos de la banquina se amontonaron sobre la ruta y cuando ya el médico se había mudado a la ciudad, aumentaron los acuchillados por apropiarse de la última gallina o del perro vecino para cocinarse un guiso. Entonces algo preocupada, la gente más prestigiosa habló con el cura y comulgaron en abrir un prostíbulo con pupilas extranjeras, una atracción salvadora, pero pronto se anotaron las alumnas del colegio local, muy bien dispuestas en prestigiar el producto regional, dijeron, y a pesar que las adolescentes idearan fantasías y abarataran el servicio cada día, también acabó esa actividad que a ellas les permitía comer y divertirse bastante.

Y hoy no se sabe si existen personas en aquel pueblo, al sur del mapa.

Eduardo Pérsico.
* Eduardo Pérsico es un ensayista y escritor argentino "Made in Banfield". Entre otros méritos y respetos , se lleva el de haber elegido "Nadie muere de amor en Disneylandia", como título para la novela publicada en 1993. Algo hay que hacer.

1 Comentarios:

Blogger /|- dijo...

Qué bonita historia triste.

Y lo mejor, María, es que parece tuyo. Vengo notando que casi cada vez que recomendamos algo, terminamos denunciando el estilo que quisiéramos tener.

11:26 p. m.  

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