Yo sola.
Calma, señora. Si por encima de esa gardenia, alcanzara a ver que cruza usted los brazos, entendería para siempre lo que pasa. Debo advertirle - con cierta solvencia- que llevo cuatro días recapitulando, bebiendo y esbozando. Que me tomo de dos a tres horas para el aseo y que, en mitad de un soberbio intervalo, dibujo a mano alzada lo que opina usted de mí.
Ayer, deambulé por estas laberínticas calles desde el mediodía. Llevé a cuestas los minutos en los que el mundo y yo, nos medimos en un round. También saqué algunas fotos, mitigué mi carraspera con pura contemplación. El crepúsculo me encontró exaltada: había comprendido lo suyo, y las diez últimas Suras de Corán; así que ahí mismo dónde estaba, me tomé de los tobillos y suspiré. Con las primeras estrellas me tiñó la noche, me sedujo, me hizo lienzo, me convirtió a la clandestinidad; mas fue un alivio, señora, ya no tuve en qué pensar.
Esta mañana salí a comprar el diario, y la vi cortando el césped junto el umbral. El viento le había tapado los ojos con la parte de los cabellos en los que aun no se le nota la edad y, al dar un giro brusco, los descubrió con un dejo de humor: me puso en evidencia, la gracia de sus cejas, dos inquietas babosas de ciudad. Reconozco, mal que le pese, que por tal motivo alguna arteria se me echó a reír; y en su oreada alegría, la ha liberado usted de algunos efectos nocivos que yo misma le provoqué. Por lo que me haría un gran favor, señora, si en un acto de arrojo abandonase usted tales artefactos para entregase a esta vidriera singular. Mi inofensiva refulgencia vespertina, no es otra cosa que la tesis de este tiempo que pasó, y ni tres Melpómenes podrían disuadirme de tan bella ociocidad.
Ayer, deambulé por estas laberínticas calles desde el mediodía. Llevé a cuestas los minutos en los que el mundo y yo, nos medimos en un round. También saqué algunas fotos, mitigué mi carraspera con pura contemplación. El crepúsculo me encontró exaltada: había comprendido lo suyo, y las diez últimas Suras de Corán; así que ahí mismo dónde estaba, me tomé de los tobillos y suspiré. Con las primeras estrellas me tiñó la noche, me sedujo, me hizo lienzo, me convirtió a la clandestinidad; mas fue un alivio, señora, ya no tuve en qué pensar.
Esta mañana salí a comprar el diario, y la vi cortando el césped junto el umbral. El viento le había tapado los ojos con la parte de los cabellos en los que aun no se le nota la edad y, al dar un giro brusco, los descubrió con un dejo de humor: me puso en evidencia, la gracia de sus cejas, dos inquietas babosas de ciudad. Reconozco, mal que le pese, que por tal motivo alguna arteria se me echó a reír; y en su oreada alegría, la ha liberado usted de algunos efectos nocivos que yo misma le provoqué. Por lo que me haría un gran favor, señora, si en un acto de arrojo abandonase usted tales artefactos para entregase a esta vidriera singular. Mi inofensiva refulgencia vespertina, no es otra cosa que la tesis de este tiempo que pasó, y ni tres Melpómenes podrían disuadirme de tan bella ociocidad.