martes, septiembre 27, 2005

Tres, uno, tres.

Se fue una noche húmeda, espesa como el moho de un arroyo enrevesado. Se fue en sus intenciones –tres- sofocadas por el fuego graneado del sepia inclemente. Se fue, de puño cerrado y enrollando la violencia de un discurso de palabras de igual cepa.

Se escondió tras un dedal, en la esquina del Lapacho y El Puca. Le robó los pinceles, el sueño, el humo de sus propios cigarrillos, el sonido de la música y su inédito perfume a mamá.

Se quedó en la semántica de un amanecer impreciso y de color cereza. En la apnea del curso natural de las cosas, en el desahogo de una ópera Kunqu. En el pecho de Dionisos, el corazón de Cartagena y en el “abrazo de troncos” del Che.

lunes, septiembre 26, 2005

Soberana

Soberana y alta señora;

Como eternas he vivido estas horas de ausencia. Sólo el recuerdo de vuestras dulces caricias, el delicado rastro de nuestros olores que se quedaron sigilosamente dormidos durante esta larga espera y el suave tacto húmedo de vuestros atesorados besos, alientan a este pobre ser a continuar el trágico sacrificio que representa seguir vivo en medio de las angustias cotidianas.

Tan inútiles son mis intentos de olvidarle como creciente esta necesidad viciosa de volver a verle. Me encuentro cada vez más cerca de la tragedia y a cambio sólo puedo brindar sonrisas a las vulgares gentes que estorban en los cuartos y en los caminos. Mi necia cabeza vive en una dimensión diferente, llena de proyectos, sueños e imágenes vuestras y mi pobre humanidad empieza ya a dar muestras de un extraño apegamiento que amenaza con mutar a infinito, a eterno, a inmortal, a siempre vuestro.

Habida cuenta de mis mortales dolencias, tan deliciosas como vuestra decorada piel, os dejo dos besos de amor diluídos en cada palabra que tenéis al frente, un beso para cada uno de esos dos desconcertantes hechiceros ojos de color imposible por los que cada noche agonizo, sufriente, fruto de vuestro embrujo.

Os adora,

El caballero de la triste figura.