Después, el panorama fue cambiando. Empecé a pensar que si comías de todo, ¿por qué iba a faltarte algo, no?. Ver a mi prima feliz, llevando nueces en los bolsillos y cocinando manjares, lo hacía todo menos espamentoso. Incluso, se veía hermosa y vital.
Unos años más tarde, conocí a sus amigos. Ellos también se alimentaban de vegetales, pero ya no se veían tan hermosos: no les alcanzaba con desaparecer la sangre de sus platos, amasaban con sus entrañas la indignación por el resto de los comensales y en cada bocado levantaban su bandera. No hablaban de otra cosa.
De unos años acá, las cosas cambiaron. Empezamos a ofuscarnos un poco más por las ofertas y el "convertirse a..." resultó para muchos, un acto de osadía, un salto hacia un escalón paralelo y un lugarcito en donde permanecer. De ese caldo, supongo, emergieron estos nuevos especímenes.
A algunos les dió sólo por luchar contra Mc. Donalds y comer en Burger King. A otros, por anunciar a su familia y amigos que, "de ahora en más", se rehusarían a la carne. ¿Cómo? así.
Desde su etiqueta para mirar al mundo, la camada de vegetarianos adolescentes sale a las calles a comprar panchos para comerse el pan. Si la vieja los viera...