lunes, abril 24, 2006

Yo sola.

Calma, señora. Si por encima de esa gardenia, alcanzara a ver que cruza usted los brazos, entendería para siempre lo que pasa. Debo advertirle - con cierta solvencia- que llevo cuatro días recapitulando, bebiendo y esbozando. Que me tomo de dos a tres horas para el aseo y que, en mitad de un soberbio intervalo, dibujo a mano alzada lo que opina usted de mí.

Ayer, deambulé por estas laberínticas calles desde el mediodía. Llevé a cuestas los minutos en los que el mundo y yo, nos medimos en un round. También saqué algunas fotos, mitigué mi carraspera con pura contemplación. El crepúsculo me encontró exaltada: había comprendido lo suyo, y las diez últimas Suras de Corán; así que ahí mismo dónde estaba, me tomé de los tobillos y suspiré. Con las primeras estrellas me tiñó la noche, me sedujo, me hizo lienzo, me convirtió a la clandestinidad; mas fue un alivio, señora, ya no tuve en qué pensar.

Esta mañana salí a comprar el diario, y la vi cortando el césped junto el umbral. El viento le había tapado los ojos con la parte de los cabellos en los que aun no se le nota la edad y, al dar un giro brusco, los descubrió con un dejo de humor: me puso en evidencia, la gracia de sus cejas, dos inquietas babosas de ciudad. Reconozco, mal que le pese, que por tal motivo alguna arteria se me echó a reír; y en su oreada alegría, la ha liberado usted de algunos efectos nocivos que yo misma le provoqué. Por lo que me haría un gran favor, señora, si en un acto de arrojo abandonase usted tales artefactos para entregase a esta vidriera singular. Mi inofensiva refulgencia vespertina, no es otra cosa que la tesis de este tiempo que pasó, y ni tres Melpómenes podrían disuadirme de tan bella ociocidad.

domingo, abril 02, 2006

Furtivo

He venido a meterme, de nuevo sin permiso, en tu territorio. Vengo porque no soporto no mirar o no saber. El dios en quien cada día creo menos es testigo de mi buena conducta en medio de la ilegalidad: no leo tus mensajes, no hurgo ni hago desorden; como un mendigo que roba comida de una nevera, se limpia con servilleta y luego lava la loza.

He venido a verte y a que me veas. A decirte, no de frente pero de corazón, que la falta que me haces sigue intacta, igual que las ganas, igual que una tristeza por cada cosa que faltó.

Todas las noches, todas las mañanas, aparecen tus besos entre el larguísimo abrir y cerrar de ojos, entre la agonía del día y mi desayuno de sol. Tus ojos girando como un satélite, aparecen, desaparecen, aparecen otra vez y me ayudan a vivir sin mirarte, así como la textura de tu piel en mi cabeza a no tocarte.

Me llevo un pedazo tuyo que no pienso devolver. Esa fascinación que difícilmente volverás a sentir nueva. Me voy, en fin, encantado de conocerte y espantado de conocerte. Me voy -o te dejo ir-, agradecido con la vida por haberte traído y furioso con la puta vida que se lleva a mi bruja encantada de porcelana.